Mejorar la formación y valoración social del profesorado (2)

Tras comparar las opiniones de tres generaciones de educadoras podemos ver claramente que las cosas ya no son lo que eran.
El papel del profesor ha ido perdiendo autoridad y respeto y en la actualidad llega a ser objeto de acoso por parte de los propios alumnos.

Los estudiantes de magisterio tienen que soportar a menudo escuchar que han elegido esa carrera porque es fácil aprobar o porque la nota no les daba para más, y ahí comenzamos a degradar esta profesión, a quitarle la importancia que realmente tiene: la de educar a las personas del futuro e inculcarles los valores necesarios para llegar a la sociedad en la que nos gustaría a nosotros haber vivido.

¿Qué podemos hacer para frenar esta situación?
Si aumentamos la nota de corte de estos estudios alegando su importancia puede que nos dejemos fuera a las personas que realmente quieran ser profesores por vocación, las que tienen verdadera capacidad para transmitir y enseñar, cualidades a las que no se las puede poner una nota.
Quizá tendríamos las aulas llenas de estudiantes brillantes, especialistas en memorizar y con dudosas  capacidades sociales.

Otro tema a tratar es que los niños también han cambiado, y mucho, pero también las familias, que por lo general suelen sobreproteger a sus hijos y pensar de ellos que son seres perfectos llegando a poner en duda a los profesores y lo que es peor, enfrentarse a ellos.
Y si hay que buscar unos culpables a las actitudes cada vez más irrespetuosas de los niños, los padres dirán que es culpa de los educadores y los educadores que es culpa de los padres.

La solución para devolver el prestigio a la educación reside en cada uno, en valorarlo individualmente y transmitirlo a las personas que nos rodean, sobre todo a nuestros hijos.
Confiar en que los profesores son personas profesionales, especializadas en este sector, y que su objetivo siempre será crear mejores personas.











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