Tras comparar las opiniones de tres generaciones de educadoras podemos ver claramente que las cosas ya no son lo que eran.
El papel del profesor ha ido perdiendo autoridad y respeto y en la actualidad llega a ser objeto de acoso por parte de los propios alumnos.
Los estudiantes de magisterio tienen que soportar a menudo escuchar que han elegido esa carrera porque es fácil aprobar o porque la nota no les daba para más, y ahí comenzamos a degradar esta profesión, a quitarle la importancia que realmente tiene: la de educar a las personas del futuro e inculcarles los valores necesarios para llegar a la sociedad en la que nos gustaría a nosotros haber vivido.
¿Qué podemos hacer para frenar esta situación?
Si aumentamos la nota de corte de estos estudios alegando su importancia puede que nos dejemos fuera a las personas que realmente quieran ser profesores por vocación, las que tienen verdadera capacidad para transmitir y enseñar, cualidades a las que no se las puede poner una nota.
Quizá tendríamos las aulas llenas de estudiantes brillantes, especialistas en memorizar y con dudosas capacidades sociales.
Otro tema a tratar es que los niños también han cambiado, y mucho, pero también las familias, que por lo general suelen sobreproteger a sus hijos y pensar de ellos que son seres perfectos llegando a poner en duda a los profesores y lo que es peor, enfrentarse a ellos.
Y si hay que buscar unos culpables a las actitudes cada vez más irrespetuosas de los niños, los padres dirán que es culpa de los educadores y los educadores que es culpa de los padres.
La solución para devolver el prestigio a la educación reside en cada uno, en valorarlo individualmente y transmitirlo a las personas que nos rodean, sobre todo a nuestros hijos.
Confiar en que los profesores son personas profesionales, especializadas en este sector, y que su objetivo siempre será crear mejores personas.
El papel del profesor ha ido perdiendo autoridad y respeto y en la actualidad llega a ser objeto de acoso por parte de los propios alumnos.
Los estudiantes de magisterio tienen que soportar a menudo escuchar que han elegido esa carrera porque es fácil aprobar o porque la nota no les daba para más, y ahí comenzamos a degradar esta profesión, a quitarle la importancia que realmente tiene: la de educar a las personas del futuro e inculcarles los valores necesarios para llegar a la sociedad en la que nos gustaría a nosotros haber vivido.
¿Qué podemos hacer para frenar esta situación?
Si aumentamos la nota de corte de estos estudios alegando su importancia puede que nos dejemos fuera a las personas que realmente quieran ser profesores por vocación, las que tienen verdadera capacidad para transmitir y enseñar, cualidades a las que no se las puede poner una nota.
Quizá tendríamos las aulas llenas de estudiantes brillantes, especialistas en memorizar y con dudosas capacidades sociales.
Otro tema a tratar es que los niños también han cambiado, y mucho, pero también las familias, que por lo general suelen sobreproteger a sus hijos y pensar de ellos que son seres perfectos llegando a poner en duda a los profesores y lo que es peor, enfrentarse a ellos.
Y si hay que buscar unos culpables a las actitudes cada vez más irrespetuosas de los niños, los padres dirán que es culpa de los educadores y los educadores que es culpa de los padres.
La solución para devolver el prestigio a la educación reside en cada uno, en valorarlo individualmente y transmitirlo a las personas que nos rodean, sobre todo a nuestros hijos.
Confiar en que los profesores son personas profesionales, especializadas en este sector, y que su objetivo siempre será crear mejores personas.
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